En el municipio Antilla se vienen realizando diferentes obras de beneficio social, dirigidas a elevar la estética de una ciudad casi centenaria y la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, no todos agradecen este empeño, y hay quienes de forma irresponsable destruyen estos bienes comunes, sin tener en cuenta los recursos humanos y materiales empleados. A ellos no voy a referirme hoy, para ellos están los apercibimientos, los decretos, las multas, los supervisores…Hoy me gustaría reflexionar sobre los que se mantienen indiferentes ante estas indisciplinas sociales.
A los indiferentes no les importa que delante de sus ojos lo destrocen todo, ellos sencillamente no quieren buscarse problemas y permanecen impasibles. Estos personajes ni se inmutan si un alcohólico rompe una luminaria recién colocada, o si los niños, como parte de sus juegos, desgajan el cantero del parque, o si una pareja de enamorados intenta perpetuar el amor rayando sus nombres en la pared recién pintada de un consultorio médico… A los indiferentes no les conmueve nada y precisamente su incapacidad de actuar contra lo mal hecho, los convierte en enemigos de los que “aman y fundan”.
Esa Antilla mejor que queremos no es tarea de unos pocos y la ciudad agradecería un mayor compromiso para preservar lo que se logra cada día. Por eso, a estos eternos cómplices de lo mal hecho, les va esta frase anónima, y con un poco de suerte, tal vez se les despierte la adormecida conciencia:
“No temo a los AMIGOS, en el peor de los casos ellos me pueden traicionar; no temo a los ENEMIGOS, en el peor de los casos ellos me pueden matar; temo a los INDIFERENTES, ellos no matan ni traicionan, pero con su silencio tácito consienten la existencia en el mundo de la traición y el crimen”.
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